El viento no ayudaba, había muchísimo oleaje. Además teníamos que medir muy bien cada lance, pues el sitio tenía poca profundidad y numerosos enganches, como muchos árboles sumergidos que hacían más difícil la lucha con el pez. También contaba que el puesto era muy estrecho y al tener tan cerca las cañas unas de otras, los líos de líneas eran inevitables.
Pero todo pasa a un segundo plano cuando llega una picada, y ves a tu compañera luchando una bonita y buena captura (que incluso fue su record). Y ensimismada con el combate de la compañera, oyes tu alarma y te das cuenta de que acaba de arrancar tu caña… ¡encima un doblete, menuda sensación! ¡De repente ya no nos importaba ni el viento, ni el peligro de lluvia, ni los enganches! Sólo disfrutábamos como dos niñas pequeñas.
Cuando nos volvimos para casa, estábamos muy satisfechas, y además nos íbamos cargadas, porque recogimos toda la basura que por allí habían dejado algunos neandertales…