Llegó la última noche, nosotros no cogimos nada hasta la mañana, ¡pero mientras tanto llegó la sorpresa! No para mí, entre comillas, sino para mi hijo Juanlu y su amigo Pedro.
Tuvieron una par de picadas. ¡La primera les partió todo montaje y la siguiente dio mucha guerra!
Verdaderamente lo tuvieron complicado… El pez se dirigió río arriba, luego río abajo, luego se les metió en el camalote. Cuando mi pareja fue a verlos estaban justo intentando sacarla de esa planta tan invasora.
El camalote nos supone un gran problema a los pescadores, aparte del daño que hacen en el hábitat por supuesto. Las carpas en la lucha se refugian en él y resulta muy complicado sacarlas. En este caso, mi compañero se tuvo que poner el vadeador y entrar al río hasta la cintura para desenganchar línea y pez de esta planta. A los chicos les vino de cine, porque se veían impotentes y ya estaban un poquito negativos… ¡después de la sorpresa de la picada, la desilusión de cuando se les engancha! Menos mal que al final se hicieron con ella.
En la mañana bien temprano Juanlu sacó otra, cuando Pedro estaba durmiendo. ¡Tuvieron una noche bien bonita!
Mientras, yo me había quedado sola para esa última noche, pues mi pareja se fue después de ayudar a los chicos. Pero no me quedé quieta y saqué dos royalitas con un precioso color anaranjado.
Y tras esto, para casa. Al final los chicos han pasado unos divertidos días de pesca donde la buena amistad entre ellos se ha fortalecido. Están aprendiendo a convivir, a cuidar el medio ambiente y a amar a los animales gracias a este deporte que tanto amamos y que ellos seguirán practicándolo siempre. Y yo con ellos… ¡Felicidades chicos!